¿Te imaginas que Rajoy fuera tu jefe, en tu empresa, y tú un simple trabajador que quiere irse de la misma? Así es como transcurriría la escena:

-Toc, toc.

– Usted dirá.

– Buenas, vengo a comunicarle que tras muchos años en la empresa, quiero irme y establecerme por mi cuenta.

–  Sí claro, de acuerdo, pero me temo que antes tendremos que preguntarle al resto de la plantilla. A ver qué opinan. Ya sabe que la empresa somos todos, ¿no?

– Pero…  ¿Y mis derechos? ¡Yo soy libre de decidir si quiero irme o quedarme!

– Pero… ¡Hay unas normas y usted también debe acatarlas! Y le repito que lo que ocurre en la empresa nos concierne a todos y que hay que preguntarle al resto, a ver qué opinan.

– ¿Y a mí? ¿No me pregunta por qué quiero marcharme?

– Ya me lo ha dicho: quiere establecerse por su cuenta.

-Por algo será.

– Será por algo. Mire, le propongo un trato que no podrá rechazar: usted se queda y entonces hablamos.

– La verdad, si ha de ser en ese orden… No sé si me está convenciendo ¿Y de qué hablamos?

– De lo que quiera. Menos de irse.

Cada vez que escucho a alguien del Gobierno, o de algún partido político, decir que los catalanes no pueden votar sobre el proceso de independencia (o de la no independencia, que no está nada claro si ganaría el “sí” o si ganaría el “no”) porque “es una decisión que afecta a todos los españoles y sobre lo que afecta a todos los españoles, votamos todos los españoles”, no puedo evitar pensar en lo absurdo que sería plantear esa decisión en el ámbito laboral.

Si un trabajador quiere irse del lugar en que trabaja, porque no está a gusto o porque tiene un proyecto con el que cree -erróneamente o no- que le irá mejor fuera, lo comunica y en el plazo que marque la ley, se va. Y si el jefe de la empresa no quiere que se vaya, le propondrá sentarse y hablarán de los motivos por los cuales esa persona desea irse. De esas preocupaciones y no de otros temas. Y, tal vez, puedan negociar, pactar, discutir o tan sólo escucharse mutuamente y a lo mejor, incluso, puedan llegar a un pacto y entonces, quedarse o irse no sean las únicas opciones.

Lo que no vale es quedarse por la fuerza, porque uno manda y el otro no; no vale sentarse a hablar “de todo menos de irse”; y, sobre todo, no vale que decidan otros lo que le interesa a uno solo, aunque los demás también tengan su opinión. Faltaría.