¿A quién se le ocurre venir a pasear, en una tarde soleada de un 17 de agosto, a más de treinta grados, por las Ramblas de Barcelona? Si yo no estuviera tan enamorado, te aseguro que no estaría aquí, apoyado en esta monumental farola Art Decó de cuatro brazos que corona la parte alta de La Rambla.

¿Y la famosa siesta? Los turistas y los currantes no saben de siestas. Además, ¡hay tanto que ver y que hacer en una ciudad tan acogedora y preciosa como esta!: perderse por el Mercado de la Boquería; callejear por las calles del Raval y del Gòtic; pasear por el Paseo de Gracia o por la Rambla de Cataluña; bañarte en la Barceloneta…

Sólo los currantes andan con prisa. Algunos salen de una mañana agotadora de trabajo, con ganas de llegar a casa mientras otros apresuran el paso pues no desean retrasarse en su turno de tarde-noche. Se cruzan sin reconocerse, perdidos entre los turistas. Hay tantos comercios, quioscos, restaurantes, hoteles… como trabajadores que deben sacrificar su descanso veraniego para que otros puedan disfrutar las vacaciones.

Y yo aquí, apoyado, nervioso esperando a que ella salga de la boca de metro y la pueda ver desde la distancia. Son casi las cinco y es de las que le gusta llegar puntual a su puesto de trabajo, así que en nada emergerá de las entrañas de la tierra y recorrerá los escasos quinientos metros que la separan del kiosco de prensa en el que trabaja. Hace tres meses ya que la vi por primera vez. Me atendió un viernes, colándome a la cola de turistas que elegían postales. Le tendí las monedas y rocé su mano. Sonrió y me dio las buenas tardes. Y así cada día, desde entonces, hemos mantenido este romance cortés de sonrisas y leves caricias.

Pero hoy me lanzo: hoy la invito a tomar algo, cuando acabe su turno. ¡Ahí está! Puntual como siempre. Se ha recogido el pelo en cola alta y se ha puesto un vestido veraniego. ¡Qué guapa! La sigo desde la distancia, hasta que reúna el valor de acercarme y de presentarme. He traído una rosa porque una vez oí cómo le recomendaba un turista llevarse la reproducción del panot diseñado por Puig i Cadafalch “Barcelona es una ciudad que pavimenta su suelo con flores”, le dijo.

 

Me siento como un adolescente. Mi corazón bombea al ritmo de rumba catalana. Aprieta el paso, nos separan unos metros pero tengo que sortear a los turistas para no perderla de vista: se cruzan fragmentos de conversaciones que enseguida quedan atrás: “qué lindo” le dice una mujer a su pareja señalando una farmacia modernista, “attends maman”, le grita un niño que quiere un helado a su madre ataviada con un Hiyab rosa y una túnica negra, “Cheeeese” corean unas turistas rubias mientras se autoenfocan con el móvil.

Me gana distancia, se acerca al tramo decorado con el mosaico circular que simboliza la bienvenida a la ciudad a quien venga por mar, que diseñó Miró. “El pla de l’Os”, lo llamaron. Tengo que alcanzarla antes que llegue al kiosco o ya no podré hablar con ella. Acelero el paso, ¡la tengo! extiendo el brazo para tocar su hombro por detrás. De repente un ruido extraño, como de un golpetazo, y chillidos, muchos gritos. Y luego nada, fundido a negro y una rosa en el suelo.

 

 

Foto: autor, Pío Vergés Negre.

Pd: mi particular homenaje a las víctimas, familias y amigos en un día de duelo. RIP (Barcelona,  17-08-17).

http://www.lavanguardia.com/sucesos/20170817/43615352259/atentado-en-barcelona-las-ramblas.html