INJUSTICIA

—Pero… ¿Acaso la pegó?— preguntó el juez Romero fijando la vista en ella, por encima de sus gafas de pasta.

A Susana la pregunta le causó un escalofrío. Era, por otro lado, una pregunta obvia en un juicio por malos tratos. Había llegado allí con un puñado de correos electrónicos y un registro de llamadas como prueba del acoso, los insultos y las amenazas sufridas. Deseaba una orden de alejamiento que apartara a Eduardo de su vida. Lo que le causó el escalofrío no era la pregunta, era ese “pero” que la antecedía.

—¿No es suficiente todo lo que he relatado?— le cuestionó en voz baja a su abogado de oficio antes de responder.

Meses atrás ella le había pedido tiempo a su novio y él le había contestado sin palabras, agarrándola del pelo y apretando su cuello con fuerza. Desde entonces la rondaba a todas horas. Le había pedido perdón e insistía en hablar, pero Susana se mantenía firme: no es no. Y Eduardo no se daba por vencido: se hacía el encontradizo y la acosaba con llamadas y mensajes en los que alternaba el “te quiero más que a mi vida” con el “te mato si me dejas”. Cada vez que Susana lo bloqueaba encontraba la manera de volver de nuevo a ella. Era fácil: abría una nueva cuenta en gmail o la llamaba con número oculto. Luego estaban “las casualidades”: se lo encontraba por la tarde en el súper, cuando salía a correr por las mañanas, en la pausa del trabajo del mediodía… Siempre un “tenemos que hablar”, “¿qué te he hecho?” o “¿por qué me haces esto?”

Ahora no podía andar por la calle sin tener que girarse a cada rato; había dejado de ir a correr; escudriñaba la acera desde la ventana antes de salir de casa; les pedía a sus amigas que la acompañaran hasta el portal al regresar del cine… Vivía en un estado de ansiedad permanente. Una noche, tras salir a cenar, sus amigas esperaron en el coche a su señal, antes de marcharse. Susana levantó el pulgar desde el fondo de la portería. “Ok, ok, todo está bien. Podéis iros.” Pero al encender las luces del salón le dio un vuelco el corazón. Eduardo la esperaba, sentado a oscuras en su sofá.

— Ella me invitó— mintió impasible ante el juez.

— No es cierto—protestó su abogado.

—Pero la cerradura no estaba forzada— contraatacó su oponente.

Y Susana, en silencio, pensando que era culpa suya por no haber cambiado la cerradura. Durante el noviazgo nunca pensó que él podía robarle sus llaves para hacerse una copia. No, sin su permiso. No, cuando su relación era como la de cualquier pareja feliz. Pero, sí. Y las preguntas que la taladraban como ráfagas de metralleta: “¿le dijo que se fuera?”, “¿pidió ayuda?”, “¿por qué no gritó socorro?” Y las respuestas que parecía que no eran suficientes. “Estaba aterrada”, “¡estábamos solos!” “pensé que era mejor no llevarle la contraria”. El juicio no estaba saliendo bien: Susana apenas tenía pruebas, no presentaba moratones visibles, ni aportaba testigos. Nadie había visto entrar a Eduardo y ella no había llamado a la policía. Su estado de nervios provocaba que hablara atropelladamente y de manera desordenada. “Debía haberme preparado mejor”, pensaba.

De hecho, ya asistió a un juicio gemelo al suyo, un par de años antes. Fue al principio de su relación. Eduardo le pidió que lo acompañara para darle apoyo ante su ex esposa, de la que se estaba divorciando. “Ya sabes que algunas mujeres, cuando te separas, mienten”, le había dicho entonces y ella le había creído. Un año después era Susana quien pleiteaba y otra mujer, desconocida, quien esperaba a Eduardo en un rincón de la sala.

Susana respondió a la pregunta del juez:

—No, pegarme no, sólo…

Pero desde la tribuna, y sin dejarla acabar, el juez Romero, sentenció:

—Entonces, si no la pegó…

 

PD: lo terrible de este relato es que está basado en hechos reales. Se lo dedico a su protagonista, a todas las mujeres maltratadas y en especial a la víctima de violación de los monstruos de “la Manada”: YO SÍ TE CREO.

Con motivo del día Internacional contra la Violencia de Género (25 de noviembre). No te pierdas este vídeo:

http://www.mujeresaseguir.com/social/noticia/1110654048615/puede-victima-seguir-vida-agresion-sexual.1.html

2 comentarios

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  1. RAZÓN ES RAZONAR (es siempre una imprescindible acción, nunca pertenencia o algo ya dado).
    La razón -que actúa- nunca se tiene, sino se trabaja o es un producto de los esfuerzos del conocimiento (y de la aplicación de éste, del conocer actuado y actuante)
    Asimismo la madurez no se tiene (no se da ya por hecha en nadie) sino te tiene que DEMOSTRAR. Asimismo, la responsabilidad, la solidaridad, etc
    Con eso, la razón aprueba porque, en una acción -probativa-, desaprueba otras cosas irreales, no coherentes o no ciertas… en razón. O sea, la razón ha de desaprobar, no arrodillarse a “lo que dicen” los canta-consejeros “de la verdad”.
    HAY COSAS QUE SOLO SE TIENEN CUANDO YA LAS DEMUESTRAS, antes no. Como la verdad (a través de la razón) o el respeto o la responsabilidad, para determinar el bien.
    Pero el bien jamás admite indiferencias (ni excusas ni frivolidades): o lo proteges o lo matas. Es igual a tu salud, o es igual a la razón-ética, o es igual al medio ambiente.
    Tú proteges al bien (o al que aporta razón-ética) o lo matas; así solo es eso o así solo funciona objetivamente.
    Si tú atiendes primero al que confunde, al que mediatiza la confusión o la sinrazón o al que impide reconocer la razón-ética, ¡tú eres un destructor del bien! digas lo que digas con tu pillería manipuladora o te guste o no te guste a conveniencias. BASTA DE INJUSTICIAS. Para cometer las injusticias, ¡basta con confundir qué son injusticias o vetando cualquier aclaración! José Repiso Moyano

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