SPOTS NAVIDEÑOS: ¿FAMILIAS DE ANUNCIO O FAMILIAS DE VERDAD?

 

“Vuelve a casa por Navidad” clama desde tiempos inmemoriales El Almendro. “El aroma que nos une” susurra Marcilla. Y en ambos spots nos muestran a familias con hijos emigrantes o estudiantes de Erasmus, que regresan por sorpresa al hogar.

El mejor premio es poder compartirlo”, nos animan desde Loterías y Apuestas del Estado. Este año es para que le regalemos un cupón a nuestra a novia extraterrestre (Amenábar, ¿qué te has tomao?); otros años guardando un cupón al cliente (¡en paro, cómo no!) que lo compra o compraba en el bar de siempre.

El arte de brindar“ plantea un guapísimo Ricardo Darín en el anuncio de este año de Freixenet, mientras una familia de clase media —de esas que viven en un palacete con un salón como el parking de un centro comercial— le pide “al nuevo” que improvise un discurso ante los suegros, yernos, y cuñados.

Estamos más cerca de lo que creemos” narra Coca-Cola en un anuncio en que alaba el carácter español, “tan de tocarse, de juntarse y de besarse”. Abro paréntesis: (Y a mí me que me da por pensar que hay una doble lectura —política y valiente— desde luego, en ese concepto. ¿Será porque soy catalana?) Cierro paréntesis.

Acuérdate de quién cocina”, homenajea Nestlé a las madres y abuelas en #la cena que no ves, maravilloso anuncio/experimento que circula por la red.

Faltan sillas” reclamaba una abuela parecida a la de la Fabada Litoral en el spot de Lidl del año pasado, en un anuncio donde lo importante era reunirse todos porque “la felicidad se mide en sillas”, preciosa metáfora. O este año, donde la marca promociona las “Navidades imperfectamente perfectas” con familias de verdad y no de anuncio.

Pero… ¡Un momento! Paremos máquinas. ¿Familias “de verdad” y no “de anuncio”? Señores de Lidl, Nestlé, Coca-Cola, Freixenet, Loterías y Apuestas del Estado, el Almendro y Marcilla ¿Quieren saber cómo son las familias de verdad?

Pues las familias de verdad no salen nunca en la tele porque digamos que no representarían bien eso que llaman “el espíritu navideño”. La mía, por ejemplo, mostraría una familia disfuncional: mi padre “se fue a por tabaco” hace años, así que imposible sentarlo a la misma mesa que a mi madre, en Navidad. Bueno, ni en un día cualquiera. Ambos tienen parejas, y quedaría bonito que vinieran y se conocieran, pero no somos tan yanquis como para unirnos todos, sin riesgo que acabe el festín como la Tomatina.

Luego está el tema de los cuñados, que aunque algunos dicen que “no son familia”, también se sientan a la mesa. En mi caso las cuñadas no se soportan. Y ya ves porqué, tonterías que se dicen. , rencillas por dimes y diretes del tipo “tus hijos están asilvestrados” así que si nos juntamos, pues cada una en una punta y con ganas que acabe rápido la cena.

Y para rematar, el tema de los abuelos. En mi caso sólo conocí a mi abuela materna, difunta hace años ya. Con ella, por tanto, no hay problema. Ahora no hay problema, porque en vida… ¡no había año que no la liara! Cada diciembre la invitábamos y solía decir que no venía, que ya veremos o que prefería estar sola, que  “¿para qué? si total, no nos veíamos apenas nunca”… Y mi madre, cada año, con un disgusto. Recuerdo una vez que accedió a venir a la primera y era tan poca la costumbre, que mi padre —que por entonces, aún no había huido a otros lares— se olvidó de ir a recogerla y la pobre mujer se quedó tres horas esperando en la calle.

Y por último, está la familia política, que con tres hermanos casados, conseguir juntarnos todos un solo día es más difícil que montar el Tangram. “El 24 se lo pide mi madre, que es andaluza y siempre lo han celebrado mucho”, “pues el 25, la mía”, “y la mía” replican mis cuñados, a la vez que defienden a sus madres ante las parejas que están dispuestas a armar el Belén. “Pues el 26 nosotros” ,“Pero ¿porqué ? Si no sois catalanes y es una fiesta de aquí”,  me reprochan a mí que nací en Barcelona. “Pues un año tú y un año yo” , “Pero entonces no coincidimos todos nunca” ,“Por eso, por eso” piensa mi cuñada, aunque no lo dice en voz alta.

En fin, esas son las familias de verdad: las que se juntan aunque algunos miembros no se soportan; las que se unen, aunque cada año falte algún abuelo más; las que no acuden con su pareja de siempre o ni siquiera en pareja; las que se dan dos besos al aire al saludarse y no se dirigen la palabra hasta el momento del adiós… Y yo, qué queréis que os diga, a pesar de no tener una familia de anuncio, a pesar de los líos, de la intriga de si vamos a acabar las fiestas en paz, a pesar de ver anuncios con familias tan distintas a la mía… a pesar de los pesares, amodio la Navidad.

PD:  ¡Otra vez!  ¿Doble lectura político-social en este último spot o será solo que soy susceptible a la “cuestión catalana”? En cualquier caso, me encanta.

2 comentarios

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  1. Querida……….Algo exagerado pero RAZON SÍ TIENES. Admirable tu análisis sobre las familias-Navidad que “tumba” lo idílico de las mismas en la comunicación de las grandes marcas pero tienen la obligación de hacerlo “bonito” por si alguna se lo cree.

    Besazo grande.

    Tu padre.

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