Lo sé: nadie dijo que ser madre fuera fácil, pero yo creí que sí, al menos al principio. Cuando nació mi hija —y no sabía ni quitarse los mocos sola y para todo dependía de mí— la felicidad lo inundaba todo y, con su fuerza, hacía sencillo lo que no lo era. La trasteaba yo a mi antojo: que si te peino con dos coletas, que si un vestido con lazo…
— ¡Mira el avión, el avión!
Y ya está: la cuchara con la papilla, engullida.
—Vamos, ¡al parque!
Y después:
— ¡A la bañera!
Y al rato:
—¡El biberón!
Entonces, lo era: tal vez cansado, desconocido, incierto… pero fácil.
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Más tarde, se fue complicando:
—Tómate el zumo.
Y ella:
—No me gusta.
Y tú, venga a dar órdenes: que si estudia, que si dúchate, que si sal de la ducha… Y venga negociar:
—A las tres de la madrugada, en casa… A las tres es suficiente… He dicho a las tres… Está bien a las tres y media ¡y ni un minuto más!
Y entramos en la guerra de los no, del ¡tú, qué sabrás! Lo que digo, se replica, ya no vale. Lo que importa, los amigos. Y yo:
—Dame un abrazo.
Y como respuesta:
—Mamá, pesada.
Es la etapa de mi hija puerco espín. Dura unos años, nada más.
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Poco a poco, cae la arena del reloj y ser madre vuelve a ser fácil. Primero, es un:
— ¿Mamá, me queda bien?
Para más tarde confesar:
—Tengo un problema.
O para preguntar:
—¿Tú qué piensas?
O para pedir consejo:
—¿Tú qué harías?
Pero lo bueno dura lo que un espejismo… ilusorio hasta desaparecer.
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“El síndrome del nido vacío”, lo llaman. Y yo, ¿ahora qué hago? ¿a quién cuido?
—¿Venís a almorzar el domingo?… ¡Ah! Que habéis quedado. Está bien, no importa, otro día.
Pero sí importa, porque dejas de ser la madre gallina de unos polluelos que han volado. Y nadie te había preparado para esto. De repente, tu niña cumple veinte-cinco años y ¡adiós!: la maleta hecha, vacío el cuarto con peluches y hacia la aventura del piso compartido y… ¿Se acabó? No, tan solo voló. Y, no quieres, pero es que la vida no es fácil y te vuelves Doña Reproches:
—¿Qué haces hija? ¿Va todo bien? Cómo, tú no llamas nunca…
Siempre con dramas:
—Pues aquí tirando. La dichosa artrosis que no da tregua. Por no hablar de tu padre que ¡menuda guerra da!
Y peticiones:
—¿Este domingo tampoco venís? Va, ¡que haré arroz a la cubana! Tu plato preferido.
Pero, hoy es no. Aunque, a veces, es sí. Tan solo, migas de tiempo. Y te enfurruñas, protestas y lloras a escondidas. Y tú, hija ingrata, incapaz de entender:
—Mamá, siempre igual: ¡siempre quejándote! Si lo sé, no te llamo.
Pero no, no fue siempre igual, al principio fue fácil, aunque tú no puedes recordarlo.
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Un día, una llamada especial:
—Mamá, tengo que darte una noticia.
Y parece que el cronómetro vuelve a empezar:
—Mamá, ¿qué hago para dormirla?; mamá, ¿aún guardas mi vestido de bautismo?; mamá, ¿te la puedes quedar?
Mamá, mamá, mamá… Vuelves a ser el centro, la casa llena, otra vez útil. Y ¡fíjate! Parece que la artritis no duele a todas horas, que te quejas menos y que hasta tu padre, mi marido, está más feliz.
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Y pasan las hojas del calendario. Los nietos también crecen, tu padre ya no está y la artritis duele a todas horas. Pero ya no te lamentas: te acostumbraste. ¿Y los domingos?
—Mejor me acerco a tu casa que el arroz a la cubana te queda a ti mejor.
Y, tras almorzar, sentada a la mesa, observas como tu nieta pregunta si puede salir un rato con sus amigos. Y tú, hija, ahora convertida en mamá gallina, de polluelos a punto de volar:
—Que sí, que bueno, que vale, que un rato.
Y tú añades:
—Pero antes, un abrazo.
Y ella, mi nieta, tu hija, contesta:
—¡Jo, mamá! ¡Qué pesada!
Pero, tú la abrazas. ¡Tanto si quiere como si no!
Y mi nieta se va, y te deja sola y te das cuenta que algún día ella -ahora hija puerco espín- también añorará, como tú añoras, los abrazos de mamá gallina.
Pero, no. Ya no. Yo, ya no estoy.
Es precioso. Un relato muy bien reflejado de lo que es la realidad. Pero me siento feliz y afortunada por tener un puerco-espin en mi vida.
Gracias Alicia. Un lujo que te haya gustado.
Querida Eva,
Mi hija Carla me lo ha enviado esta mañana y me ha dicho :
” Es un blog que escribe mi profesora, te lo dedico “!!!
Me ha encantado leerlo y además me he emocionado. Con tu permiso, lo comparto.
Gracias.
Ana, gracias por tus comentarios y por compartir. Tienes una hija que es todo energía. Un placer tenerla en clase.
Felicidades Eva, por ser madre y por ser todo lo que una madre es. El tiempo se nos escurre entre los dedos y con él todas las emociones se convierten en recuerdos. Felicidades porque sabes acercarnos a esos recuerdos y lo haces extensivo con tu amor a quienes te rodeamos, “profa”.
UAU. Qué comentario más bonito.
Todo cierto! De decir, jamás me pondré pendientes de perla, ja! K vaya a tomar contigo un café? De compras? Tu flipas….. Y pasamos a …. Cuanto dejo las alubias en la olla! Te envío fotos del nene , mira k granos……kedamos para dar una vuelta? Y de paso miramos algo de ropa! Estoy fatal…… Puedes venir?
Eva, és preciós, aconsegueixes crear de manera directe i emocional una teletransportació inmediata que et fa reflexionar sobre el pas del temps, el vincle amb els fills/pares, i et recorda que hem de viure cada moment despertan-te un somriure en cada situació!
Ets molt bona escriptora! Bravooooo ?????
Demaciado bueno ! Todo eso es la realidad . Te felicito !
Desde Miami fl
Muchas gracias por leer y comentar. Es el ciclo de la vida, bonito y triste a la vez.
Qué reflejada me he visto, en tus comentarios. Y al mismo tiempo, aliviada. No soy la única que hace, hará y recibirá todo lo que tan bien has expresado. Aprovecho la oportunidad para felicitarte y comentar lo mucho que me ha gustado y emocionado tu libro Mi amigo alemán. Lo voy a recomendar con mucha convinción!
Gracias Dolors por leerme y recomendarme;)
Tanto en la novela Mi amigo alemán como en este relato se refleja lo importante que es el amor a la familia y el paso del tiempo.